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Dismaland, no apto para niños.

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Los paparazzi fotografían a Cenicienta, su chófer, su escolta y acompañante tras volcar su carroza.

BRISTOL – Bansky, el grafitero furtivo y enemigo del control ha vuelto a dejar constancia de que la sumisión y el sistema no deben ser, nunca, compañeros de viaje. Y esta vez lo ha hecho en clave de humor negro. O azul oscuro más bien.

Dismaland, el irónico y deprimente parque de atracciones que abrió sus puertas el 22 de agosto y cuya clausura será el próximo 25 de septiembre, está situado en Weston Super Mare (Somerset, Inglaterra) y ha contado con la colaboración de alrededor de 60 artistas además de Bansky, todos ellos invitados por él.

Aquí, el abuso y la injusticia no tienen invitación. Ni tampoco la impaciencia. Pues si quieres entrar en Dismaland, tendrás que esperar una cola de unas 3-5 horas aproximadamente. Pero una vez dentro, que comience la función.

Una “Cinderella” asesinada en su carroza no puede yacer en paz. Paparazzis la rodean al ritmo de los flashes sedientos de morbo y potestad. Cenicienta es, ahora, una sardina en una reunión de tiburones  y, a su príncipe azul, ahora negro, se le olvidó mirar el reloj.

Una charca sucia y apestada te cuenta  el ego de esta mustia humanidad. Ingenuos aquellos patos que decidieron bañarse en ella, pues, murieron atrapados en el incesante juego del petróleo. Ese en el que solo gana uno, mientras mata todo lo demás.

Lejos quedaron las playas de arena fina y las aguas de cristal. Aquí el mar es, solo, el camino hacia la muerte. Inmigrantes en pateras mecen sus sueños al compás del desamparo y, el que logre pisar tierra, obtendrá un pasaporte con permiso a la nada. Ni aplausos, ni bienvenidas, ni  refugio ni canción.

Desde el vientre de su madre, un feto crece con tatuajes en la piel. “Adidas”, “Nike” o “Chanel” habitan en la tez de la inocencia. Nacemos condenados al abismo y llevamos la opresión impregnada en las entrañas.

Una orca esclava y subyugada atraviesa un aro a la orden del traidor. Su casa es una piscina diminuta y su mundo un triste circo en el que solo tiene entrada el espectáculo de la sumisión. Pobre orca caída en las redes del humano, ese que le robó la palabra libertad.

La dignidad, la conciencia y la moral piden a gritos más protagonismo pero, tanto en Dismaland, como en la vida misma, la avaricia y el poder ganan la batalla.

Ahora que cada uno vaya e interprete lo que quiera, que para eso está el buen arte. Para hacer pensar, o cambiar, o soñar. O los tres al mismo tiempo.

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